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Catorce bandoneonistas grabaron el disco «Troilo compositor»

11-09-2012 

Leopoldo Federico, Ernesto Baffa, Raúl Garello y Daniel Binelli son sólo algunos de los que registraron temas de Aníbal Troilo en este álbum surgido por iniciativa de Gabriel Soria. Todos grabaron solos y con un bandoneón que perteneció al creador.

Autor: — |  Fuente: Página 12

  “¡Qué hacé’ Baffita!” El saludo de Leopoldo Federico a Ernesto Baffa retumba en el salón de la Asociación Argentina de Intérpretes. El abrazo entre ambos es apenas un avance de las muestras de afecto y emoción que se irán produciendo. Porque van llegando más bandoneonistas. Y hay más saludos y más abrazos. Más emoción. Es el reencuentro de algunos de los mayores fueyes del tango, los que forman parte de Troilo compositor, un disco que los reúne en torno de la música del inolvidable Pichuco. Una idea producida por el periodista especializado y coleccionista Gabriel Soria, en la que catorce bandoneonistas interpretan en solo de bandoneón el propio arreglo de un tema de Troilo, con el instrumento que perteneciera al creador de “Sur”. Catorce miradas personales de catorce perlas troileanas. Un disco grabado con Jorge “Portugués” Da Silva como ingeniero de sonido y mezcla y la presencia de José Soler, el legendario técnico de grabación de la empresa Odeón que, entre muchas otras cosas, en 1958 registró a la orquesta de Troilo con la versión de “Quejas de bandoneón”. El disco se presentará, con los catorce maestros en escena, hoy y el próximo martes a las 20.30 en el Teatro Maipo (Esmeralda 443).
 
El único arreglo que no fue hecho especialmente para esta ocasión fue el de Federico. El bandoneonista dilecto de Astor Piazzolla, que formó parte también de las orquesta de Horacio Salgán y Osmar Maderna, que fue director de la orquesta de Julio Sosa y que desde hace más de medio siglo sigue al frente de la propia, interpreta en el disco un arreglo que hizo alrededor de 1952 de “Che bandoneón”, el tango compuesto sobre letra de Manzi pocos años antes, en 1949. “Más allá del arreglo, acá hemos venido a sentirnos felices de estar todos juntos, con la figura de Pichuco allá arriba –dice Federico–. Porque para todos nosotros el tango se representa con Troilo, en cualquiera de sus épocas: desde los ’40, cuando empezó, hasta lo que hizo con los arreglos de Raúl Garello y todos los arregladores que tuvo. Esta es una manera hermosa de compartir este amor hacia Troilo, una idea brillante de Soria.”

En la génesis de esta historia está la decisión de Raúl Garello, arreglador de la orquesta de Troilo entre el ’63 y el ’75 y director fundador de la Orquesta de Tango de Buenos Aires, quien prolongó la generosidad recibida y donó a la Academia Nacional del Tango el bandoneón que Zita, la viuda de Troilo, le confiara en 1975, poco después de la muerte de su marido. “Tuve ese bandoneón durante 30 años y siempre pensé que era mucho para un solo bandoneonista –cuenta Garello–. No sólo como símbolo, por lo que significa, sino también como instrumento, porque es un fueye fenomenal. Lo doné a la Academia con la condición de que lo mantuvieran como hice yo todos estos años. Y para cuidarlo hay que hacerlo sonar periódicamente, un instrumento tiene que ser tocado.”

Ese bandoneón, uno de los cuatro que Troilo dejó, es el protagonista del disco y será el protagonista en el Maipo. Sobre las teclas de nácar, pasando de mano en mano, se hilará la huella inconfundible de la vena melódica de Troilo, bella y sentimental. “Estuve muchos años en la orquesta de Pichuco y lo recuerdo no sólo como el gran compositor que fue, el gran artista, sino también como una belleza de persona. Para esta ocasión elegí tocar ‘Responso’ (que Troilo compuso en 1951, tras la muerte de Manzi), que tantas veces toqué con él, y la emoción es muy grande”, dice Ernesto Baffa. Además de ser primer bandoneón de Salgán, él estuvo casi una década en la orquesta de Troilo, antes de formar el rubro Baffa-Berlingieri y el trío con el que acompañó a cantores de la talla de Roberto Goyeneche, Roberto Rufino y Tito Reyes. Baffa mira a Federico como pidiendo permiso y cuenta cómo entró a la orquesta de Troilo: “Estábamos en gira por Córdoba con la orquesta de Salgán y en eso entra Pichuco –relata–. Cuando lo vi, la mano me empezó a temblar. Dicen que me vio tocar y dijo: ‘¡Cómo toca este gordo maldito!’. ¡Me había confundido con Federico, que hacía poco había dejado la orquesta de Salgán! Le explicaron que había empezado un pibe nuevo. Me invitó a la mesa y me dijo: ‘Vos vas a tocar en mi orquesta’. Y así fue, a los cinco meses ya Salgán no trabajaba con su orquesta y Pichuco me habló por teléfono a casa: ‘Nene, venite para Marabú’. Fue tocar el cielo con las manos”.

Alberto Garralda, primer bandoneón de la orquesta de Alfredo Gobbi durante más de veinte años, eligió “Medianoche”, un tango que Troilo compuso en 1933 con letra de Héctor Gagliardi. “A este tango lo conozco porque alguna vez acompañé a un cantor que lo hacía. Dicen que es la primera obra que compuso Pichuco, y creo que es así. Pero él no lo hizo nunca, ni lo grabó, nada. Es un misterio. Es un Troilo muy joven, pero ya se nota su marca”, describe el músico. Entre los clásicos de la producción troileana está “María”, por Daniel Binelli, bandoneonista y arreglador de Pugliese durante catorce años, que tocó además junto a Piazzolla y compuso obras sinfónicas. “Al tema me lo sugirió Gabriel (Soria), pero de todos modos lo hubiera elegido, sobre todo por su unidad entre la letra de Cátulo Castillo y la música –dice Binelli–. Lo armonicé y lo amplié un poquito, pero procuré que quedara bastante intacto. Estoy contento con el trabajo, pero sobre todo por compartirlo con estos colegas. Lo más lindo del caso es que esto es una gran familia, y no es una manera de decir. Estamos muchos de los que de alguna manera sobrevivimos a épocas de crisis y gozamos otras buenas, pero siempre con el instrumento en la mano.”

Federico tiene 85 años, como Garralda. Baffa tiene 80, Binelli 66, y se podría seguir. Pero sumar las edades de los que forman parte del proyecto para dar una idea de la dimensión del evento sería un recurso tan impertinente cuanto inútil. En este caso, el tiempo se mide mejor en vivencias individuales, en historias personales. Así es como, mientras los músicos se preparan para la foto, las charlas se multiplican y con ellas las anécdotas y los recuerdos. El fanatismo por el tango se les nota enseguida en el afecto que ponen al pronunciar ciertos nombres, ciertos tangos, ciertas orquestas. También hablan de aquellas giras por Japón, muchas de ellas con terremotos incluidos, de las esperas interminables en los aeropuertos, de los gajes del oficio. “Cada vez es más complicado viajar, se lo dejo a los más jóvenes”, dice Roberto Alvarez, el que entre 1978 y 1989 fue primer bandoneón y arreglador de la orquesta de Pugliese. Para esta ocasión, Alvarez hizo “A Pedro Maffia”, compuesto por Troilo en 1954. “Tocar el bandoneón solo es una experiencia nueva para mí –aclara–. Por eso lo mío es muy simple, es un arreglo lineal. Pero esto me entusiasmó tanto que ahora toco solo todo el día. Fuera de broma, lo mejor de todo esto es estar junto a estos tremendos colegas y amigos, compartiendo este homenaje.”

“Esta reunión tiene algo de mágico, y me parece justo que el convocante sea el bandoneón de Pichuco”, interviene Garello, a cargo de “Sur”, otra colaboración entre Troilo y Manzi, de 1948. “Pichuco tenía una gran calidad como compositor, sobre todo en las cosas cantadas. El se desarrolló mucho con los poetas. Por eso lo toco como lo escucho, con un espíritu claro, que es una frase que usaba mucho Pichuco. Ese espíritu claro que seguramente salía de su sencillez y de sus ganas de llegar a la gente.” Ernesto Franco, arreglador de Roberto Caló, integrante de la orquesta de Alfredo de Angelis y bandoneonista de Juan D’Arienzo, además de director de su propia orquesta, hizo “Toda mi vida”, compuesto sobre letra de José María Contursi en 1941. “Los tangos de Pichuco son todos buenos, pero éste era uno de mis preferidos. Acá los muchachos ya dijeron mucho de nuestro querido Gordo. Nunca pensé que a esta altura de mi vida iba a poder estar con ellos para brindarle al más grande este homenaje”, agradece. También Osvaldo “Marinero” Montes, integrante de la orquesta de Federico y solista en los conjuntos de Atilio Stampone, además de creador de un dúo exquisito junto al inolvidable guitarrista Aníbal Arias, es breve en sus palabras, pero elocuente en su gesto: “Casi casi no estoy en mi lugar, me tiemblan las piernas”, sonríe. “No sé cómo agradecer, es tanto el respeto que tengo por los colegas que están aquí, ojalá sirva de paso para hacer más amigos.” “Yo no sabía que me iban a hacer grabar solo –interviene Juan Carlos Caviello, integrante de la orquesta y el cuarteto de Roberto Firpo y creador de seis de los métodos más famosos para aprender el bandoneón–. Cómo no me voy a sentir honrado. Le aseguro que no es nada fácil sentarse solo delante de la música de Troilo y todo lo que significa.”

Faltaron con previo aviso a la foto, pero estarán en el escenario del Maipo Pascual Mamone, discípulo de Pedro Maffia y arreglador de Pugliese, Florindo Sassone o Armando Cupo, que interpreta “Milonguero triste”; Julio Pane, bandoneonista de Salgán, Garello y Piazzolla y solista de la orquesta del Tango de Buenos Aires, que toma “Pa’ que bailen los muchachos”; Víctor Lavallén, bandoneonista de Pugliese, fundador y arreglador del Sexteto Tango y actual director de la orquesta Escuela de Tango (“Barrio de tango”); Néstor Marconi, quien compartió largas temporadas con Goyeneche y es uno de los directores de la Orquesta de Tango de Buenos Aires (“La última curda”), y Walter Ríos, arreglador y compositor que entre otros acompañó a Mercedes Sosa, Roberto Goyeneche y Raúl Lavié, que aborda “Garúa”.

Pasa el momento de posar para la foto y las charlas quedan. Garello destaca al Troilo maestro de cantores; los que arreglaron tangos que tenían letra comentan que mientras arreglaban por la memoria pasaban las voces de los cantores de Troilo. “A mí Fiorentino me llega al alma y si tuviera dos almas me llegaría a las dos almas”, dice Federico. “Es que Troilo fue un exquisito hasta para elegir los cantores”, destaca Caviello y pregunta a Garello: “¿Cuánto tuvieron que ver los músicos en el sonido de su orquesta? Porque sabemos que Pichuco es lo máximo, pero en las distintas etapas los músicos han tenido un aporte central. ¿Era el arreglo o la forma de tocar?”. “Yo lo interpreto así –responde Garello–: desde la dirección, Pichuco fue un cantor frustrado. ¡Cómo cantaba! El decía que si no fuera por esa voz de papel de lija, se hubiera dedicado a ser cantor. Por eso hacía cantar todo lo que tocaba. Vos le dabas el ‘Arroz con leche’ y se lo hacía cantar a la orquesta, con claridad y elegancia. Troilo era un exquisito que sabía elegir: el repertorio, los músicos, los cantores, no quiero decir los arregladores… (risas). Y todos queríamos estar con Pichuco.”

La goma implacable
Una de las tantas leyendas que van y vienen sobre el recuerdo de Pichuco cuenta de su temible e implacable goma de borrar, con la que corregía el trabajo de sus arregladores. Garello, arreglador de Troilo desde el ’63, recuerda que alguna vez sufrió el rigor del borronazo, pero aclara que contó con la prerrogativa de haber aprendido de las experiencias de sus antecesores. “Yo conocía bien los códigos musicales de la orquesta y el gusto de Pichuco, pero igual sufrí su famosa goma –recuerda–. Es que Pichuco detectaba muy bien lo que no era de él. Cuando sonaba algo que no era suyo, no dudaba un minuto en borrarlo. Se lo borraba a cualquiera, al arreglador que fuera. Cuando la orquestación se cargaba mucho, molestaba al cantor: ésa era una de sus claves. El tenía siempre presente la claridad del concepto, aun para plantear lo complejo. No es fácil ser claro, sencillo y trabajar para el silencio… Eso es lo difícil que reclaman las cosas sencillas.” “A mí me contaron una anécdota de Troilo con Argentino Galván”, interviene Federico. “Estaban ensayando un arreglo de Galván y Pichuco marcaba: ‘Esto así, asá, no toque la cuerda, toque la cuerda acá, acentúe, no acentúe’, esas cosas de él, que le daba la forma a todo lo que quería. Cada vez que hacía una corrección, como estaba Galván presente, le pedía perdón. ‘Discúlpeme, Galván, le voy a corregir un poquito acá’ y agarraba la goma. A los cinco compases le volvía a pedir disculpas y borraba. Y así cada vez, muchas veces, con mucha educación, Pichuco le pedía disculpas y borraba. Hasta que en un momento Galván le dice: ‘Escúcheme, Pichuco, yo el arreglo ya lo cobré, ¡así que usted borre tranquilo!’.

Visión 7
Publicado en Notas/Artículos/Biografías

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